Oscar Picardo Joao
Son pocos los fantasmas ideológicos del pasado que rondan las escuelas; al menos, dos grandes teorías generaban temor como instrumentos de dominación ideológica dirigida: la escuela como aparato para mantener y replicar la ignorancia y la pobreza (tesis neoliberal), o la escuela como instrumento ideológico para liberar a los oprimidos de sus opresores y descubrir su conciencia de clase (tesis marxista). Salvo algunas excepciones, no existen hoy estos proyectos confabuladores típicos de la Guerra Fría, aunque sí, de manera tácita es posible encontrar escuelas públicas en comunidades tan empobrecidas y excluidas que difícilmente desde su proyecto educativo podrán transformar su realidad, tal como se esperaría.
Hoy hablamos el lenguaje de la eficiencia y de la calidad de los sistemas educativos; ya no buscamos desenmascarar o descubrir esos sistemas e intereses ocultos deterministas, ni creemos que los sistemas educativos dirigidos por gobiernos de derecha o izquierda pretendan despojar a la persona de su libertad, sumerigiéndolo en una mentira para manipularlo o dominarlo. Y para comprobar esto solo basta analizar las estructuras curriculares y el perfil de ciudadano que se pretende formar y/o los perfiles de la formación docente.
Es posible preguntarnos, como oportunidad o posibilidad, –con I. Ellacuría- si existe una inteligencia tal al servicio de un modelo ideológico detrás del parteaguas de la educación privada y la pública; seguramente aquí encontraremos –como residuos- elementos ideológicos, más como una consecuencia economicista o como un factor de ineficiencia que como un subsistema ideologizador; aunque lo cierto sea que, estadísticamente, quienes estudian en instituciones privadas tienen más oportunidades que los que estudian en instituciones públicas…
Nuestros sistemas educativos hoy circulan por las “terceras vías reformistas”, luchando por alcanzar una cuota de eficiencia y de calidad; llevan el lastre de las burocracias, de la corrupción y de la ineficiencia, de la prueba de ensayo y error, de la falta de rumbo y sobre todo del cortoplacismo gubernamental. En medio de este fuego cruzado, están los maestros (as) luchando por sus reivindicaciones salariales, los técnicos y académicos hablando sobre dignificación y los estudiantes como víctimas de diversos experimentos curriculares, pedagógicos, didácticos y organizativos. Mientras los partes de las pruebas estandarizadas nacionales e internacionales nos dicen: “conocen pero no comprenden, ni pueden aplicar”.
Una y mil veces más –por experiencias y estudios- se nos señala que la clave de la calidad y efectividad transita por dos vertientes: pactos, presupuestos y políticas de Estado de largo plazo (a nivel de Ministerios) y, el mejoramiento pedagógico y didáctico de la clase docente unido al desarrollo del liderazgo de los directores (a nivel de escuelas). No podemos dejar de lado en esta ecuación al “tejido social”, a las familias y comunidades, a los hogares desintegrados por la violencia y la migración; dicho de otro modo: “no podemos pedirle peras al olmo…”
No es nada fácil abordar la gobernabilidad del sistema educativo, más allá de las ideologías y más acá de la eficiencia; todo el mundo opina, y el paso por la escuela o por la universidad –hace poco o mucho tiempo- da pautas para construir un punto de vista y aportar soluciones de olfato; y lo cierto es, que hay -o debe haber- ciencia en la gestión pública educativa, y a pesar de que los efectos de las malas praxis políticas no se notan en la educación del corto plazo, cada error, cada ensayo o cada medida sin costo-eficiencia o sin análisis de tasa de retorno, tiene serias consecuencias en el futuro; por eso, estamos como estamos, seguimos tratando a los sistemas educativos como cajas negras, y seguimos tratando la gestión pública sin ciencia al rítmo de ideologías y politiquerías.
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