jueves, 30 de junio de 2011

Educación ¿para qué? (Parte II)

Por Oscar Picardo Joao                                        opicardo@iseade.edu.sv

            Fernando Savater en su obra “El valor de educar” insinúa que la educación es un intento de la sociedad de fabricar hombres capaces de vivir en ella; en efecto, la principal tarea de la democracia era crear ciudadanos capaces de ser democráticos, y por ende las sociedades democráticas educan en defensa propia. No obstante, una cosa es el discurso y otra la realidad: Si la escuela fuera vital para la democracia todo el mundo estaría pendiente de ella, y no ocurre así.  El papel que se les asigna a la escuela y los maestros no parece tener relevancia social.

Al parecer, la relación entre democracia y paideia no está clara en el discurso político; quienes hacen decisiones a modo de políticas educativas públicas sólo piensan unilateralmente en los indicadores y tasas educativas, soslayando el valor de la educación, en cuanto plataforma fundamental ciudadana. ¿Para qué educamos?, desde la perspectiva política: para construir una sociedad democrática.
           
La educación para Paulo Freire es un acto simultáneo de enseñanza y aprendizaje: sólo se puede enseñar aprendiendo y cuando aprendemos también enseñamos. Una cosa no existe sin la otra. Freire nos recuerda que somos seres inacabados, es decir, en constante formación y transformación. De esto deducimos nuestro permanente devenir, y es aquí donde Freire fundamenta su pedagogía para la liberación, pues afirma que nuestra vocación es, precisamente, la construcción de nuestra libertad; y esto supone una plataforma pedagógica: Todos pueden aprender; Todos saben algo; El sujeto es responsable de la construcción de conocimiento y de darle un nuevo significado a lo que aprende; Se aprende cuando el educando posee un proyecto de vida donde ese conocimiento es significativo.

La sociedad es entonces educadora, pero el sujeto de la educación necesita definir “un proyecto de vida”, elegir o definir su misión y visión, plantearse sus estrategias y metas; lamentablemente los “modelos” o iconos de la sociedad global no son los mejores referentes para nuestros niños y jóvenes (personalidades mediáticas que ganan mucho dinero por realizar actividades triviales y apetecibles al mercado); y estos modelos enseñan…

Educar para una libertad responsable es un proyecto complejo, que requiere no sólo una buena plataforma curricular con fundamentos antropológicos, sociológicos, políticos, culturales, ecológicos y biológicos; sino también redes sociales sólidas, traducidas en padres y madres que valoricen adecuadamente la educación y sobre todo docentes con mística.

Finalmente, el proyecto educativo de un país requiere un modelo educativo, sustentado en una pedagogía que yuxtaponga memoria, inteligencia y contexto; es decir, una educación primaria como base sólida en la construcción de memoria y hábito de lectura, una educación secundaria con rigor intelectivo y criticidad y una educación superior contextualizada en la realidad para comprenderla y transformarla. Esta educación deberá apuntar y apostar a la calidad, en donde el docente será el factor determinante, y todos los demás factores influyentes deberán estar alineados. Pero: ¿qué es calidad?: sencillamente, un estándar democrático que implica aprender, comprender y aplicar ciertos conocimientos para que el ser humano y su entorno sea cada vez mejor; esto supondrá preguntarse ¿qué se enseña? (contenidos), ¿cómo se enseña? (métodos), ¿con qué se enseña? (recursos) y ¿bajo qué condiciones se enseña? (ambiente).

Educamos fundamentalmente para la vida, para lograr una sociedad mejor; para un futuro más humano y próspero, para erradicar las brechas sociales. Pero los proyectos educativos no son de corto plazo, son generacionales, lo que hagamos o dejemos de hacer hoy tendrá impacto en quince, veinte o treinta años plazo. Los efectos de las políticas, programas y proyectos educativos son muy intangibles, la operación, logros o malas praxis son silentes…

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