En un reporte elaborado por Carlos Molina Batlle, se cita el artículo de Miguel Casas titulado: La nueva universidad ante la sociedad del conocimiento, quien afirma: “ninguna sociedad actual es superior a sus universidades”; en efecto, a la educación superior se le debe considerar como motor e instrumento de progreso de una nación, desde la perspectiva del quehacer científico, a partir de una agenda programática que apunte y apueste a la innovación orientada al mercado (relación Universidad-Empresa) y al quehacer docente significativo, relevante y aplicado.
La tercera misión de las universidades en la literatura contemporánea –más allá de las funciones clásicas de investigación, docencia y proyección social- tiene que ver con la misión de la transferencia de conocimientos generados por las mismas. Eduardo Bueno Campos en su artículo sobre “La Tercera Misión de La Universidad” anota que el reto de la transferencia del conocimiento radica “en la necesidad de saber aplicar la ciencia y responder a la demanda social de su tiempo”, y es aquí donde se pueden encontrar las tres funciones universitarias: cuando se hace investigación pertinente, cuando se enseña esta investigación y cuando se aplica en necesidades concretas de la sociedad; las universidades jalonan procesos de transformación y hacen crecer un país; ejemplos diversos en países desarrollados y emergentes, que después de la Segunda Guerra Mundial quedaron en ruinas, abundan para entender la ecuación y la lógica entre el mundo académico y el mundo productivo.
Más allá de las intenciones políticas y lo económicas que intentan de forma fallida y recurrente transformar nuestra realidad, necesitamos un nuevo pacto entre las autoridades gubernamentales, el sector productivo-empresarial y el sector académico para definir un modelo de país sustentado en la educación y sobre todo en la educación superior. No tenemos mayores recursos naturales, somos un país pequeño, la integración Centroamericana está relativamente estancada, el potencial en materia de servicios, logística y turismo no deja de ser un simple potencial especulativo; lo que sí tenemos es gente con ganas de crecer y superarse, a la espera de una plataforma educativa dinámica, accesible y coherente con sus necesidades.
Mientras nuestra Educación Superior sea “media-academia y medio-negocio”, nuestra sociedad no pasará de la mediocridad; muchos de los líderes académicos, empresariales, políticos, económicos y culturales, lo son porque han pasado por casas de estudio de alto nivel. Nuestros niños y jóvenes talentosos sin oportunidades reales se pierden en el anonimato o emigran; mientras tanto muchas universidades siguen repartiendo títulos de abogados y administradores de empresa a granel, fomentando el credencialismo, y replicando el modelo de la “universidad como ascensor social” (Ignacio Martín Baró), ascensor, por cierto cuyo destino es muy incierto…
Si la reforma necesaria para la educación superior no viniese del “Estado Evaluador”, como lo ha sido hasta la fecha, sería hora que los Rectores honestos y preocupados por la nación se reunieran para pensar en el destino del país y en el proyecto de país; los políticos son fugaces, sus ideas son cortoplacistas, piensan en clave gubernamental –a 3 o 5 años plazo-, mientras que las universidades –como elemento esencial de la sociedad- están y son en la realidad, trascendiendo los tiempos políticos.
Si hasta ahora lo más cercano a un proyecto de país fue “Bases para el Plan de Nación” –que nació en 1998 y falleció un año después, por los tiempos políticos-, ¿porqué no enarbolar una nueva idea de país desde la perspectiva educativa que acompañe y de vigor al Plan Nacional de Educación 2021?; ¿porqué no yuxtaponer los Acuerdos de Paz, Bases para el Plan de Nación y Plan Nacional 2021 sobre la plataforma universitaria para pensar, soñar y trabajar por un nuevo imaginario de El Salvador?.
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